Por: Carlos Concepción Puentes
Tras el aterrizaje en Camagüey de los aviadores del vuelo trasatlántico, estos fueron acogidos por el gobierno provincial y cientos de entusiastas pobladores entre los que se encontraban los integrantes de la colonia española, quienes brindaron a los inesperados visitantes una fraternal bienvenida esa tarde y noche de domingo.
Fueron alojados en el entonces Hotel Camagüey, hoy Museo de la Ciudad, que guarda el recuerdo de la estancia de los viajeros mediante una tarja de bronce conmemorativa.
Aquella noche se les unió el tercer miembro de la tripulación, el Técnico y compañero desde el inicio del proyecto, Sargento Modesto Madariaga, un avezado y experimentado mecánico de aviación, egresado de la Escuela Técnica de Cuatro Vientos, quien fiel a sus colegas, aunque imposibilitado de ser el tercero de abordo voló a su encuentro desde La Habana en un avión del Cuerpo de Aviación de Cuba, comandado por el Capitán Mario Torres Menier, experimentado aviador y navegante que había colaborado, entre otros, en el apoyo logístico y por su experiencia personal aeronáutica.
La estancia camagüeyana fue el preludio del apoteósico recibimiento y los actos del pueblo y protocolar, desatados en la tarde del lunes 12 de junio en la capital cubana cuando fueron recibidos por más de diez mil personas en los terrenos del Campo aéreo de Columbia.
El capitán Torres Menier y dos oficiales del Cuerpo de Aviación, designados como edecanes, les acompañaron en un recorrido sin precedentes por las principales avenidas de La Habana.
Fueron agasajados con banquetes festivos y reuniones disímiles que se extendieron hasta la noche del 18, entre ellas la recepción del Embajador de España y el Gobierno de la Ciudad, quien les otorgó la condición de Huéspedes Ilustres y las Llaves de la Ciudad de La Habana, en el hoy museo y antigua residencia de los Capitanes Generales de la isla, junto a la estatua del Almirante Cristóbal Colon.
A su vez, los aviadores depositaron una hermosa ofrenda floral al apóstol de todos los cubanos, el Héroe Nacional José Martí, como muestra de recíproco amor y respeto entre nuestros pueblos.
Destacado fue el encuentro con personalidades de la ciencia y la aeronáutica cubana quienes habían colaborado con el proyecto de vuelo, como el Padre Gutiérrez Lanza, destacado meteorólogo y testigo de hazañas anteriores como el vuelo de los aviadores cubanos Rosillo y Parla, entre Cayo Hueso y La Habana, en mayo de 1913.
Entre las personalidades aeronáuticas destacaba el aviador Oscar Rivery quien, con sus sabios consejos, conocedor de la navegación aérea y marítima, contribuyó a la realización del proyecto aéreo.
Los encuentros con la prensa, los actos festivos e incluso un paseo por la playa de Marianao, fueron seguidos por todo el pueblo a quienes los aviadores españoles gratificaron con sus declaraciones y donaron a los más necesitados el premio de un cheque de cinco mil pesos obtenido en La Habana por la hazaña del vuelo.
Tan agasajados como escasos de tiempo para el descanso, los aviadores hispanos decidieron preparar al querido aeroplano de sus sueños cumplidos, para volar, en la mañana del martes 20 de junio al siguiente destino de su gira americana, la ciudad de México, donde luego partirían a Chicago.
Por aquellos días de junio la ocurrencia de continuos aguaceros y tempestades vaticinaban un pronóstico del tiempo complicado, inclusive de fuertes tormentas locales en cualquier zona del Caribe central y el Golfo de México, por lo cual, no pocos conocedores de nuestra área geográfica y del clima probable a encontrar en la ruta de vuelo a México, recomendaron posponer la salida desde la capital cubana para días más tardes, entre ellos los aviadores Mario Torres Menier y Oscar Rivery Ortiz.
Ni la avería detectada en el fuselaje del avión en los talleres del Campo aéreo de Columbia, ni los consejos de amigos y colegas, hicieron posponer la decisión de los aviadores hispanos. Venció el honor y el deber junto a la premura por llegar a su destino final, la Exposición de Chicago.
En la madrugada lluviosa del martes 20 de junio de 1933, los ases españoles se despedían de su tercer tripulante y de los colegas cubanos que le habían acogido como a hermanos de profesión, en representación del agradecido pueblo de Cuba.
Con su despegue del campo aéreo de Columbia y vuelo con rumbo oeste, entre lluvias y tormentas, se fueron alejando de las costas cubanas para después de algunos avistamientos desde tierra azteca perderse, sobrevolando el Golfo de México, el valioso aeroplano y sus tripulantes.
Recordada hoy entre cuentos y leyendas populares, se continúan preservando el recuerdo de la hazaña, descritas para la historia en tarjas, monumentos y museos, testigos de esta proeza de la aeronáutica iberoamericana, próxima a cumplir 90 años.
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